La Lucha Eterna: El Bien y el Mal en Nuestra Vida

 

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La lucha entre el bien y el mal es una constante en la experiencia humana. Desde tiempos inmemoriales, esta batalla ha definido no solo nuestras decisiones personales, sino también el tejido de nuestras comunidades y sociedades. Un relato bíblico, la lucha de Jacob con el ángel en Génesis 32, ofrece una metáfora poderosa para explorar esta tensión en tres dimensiones: la espiritual, la comunitaria y la societal, todas vistas desde lo personal. Este enfrentamiento, cargado de simbolismo, nos invita a reflexionar sobre cómo nuestras elecciones moldean nuestro mundo interior y exterior.

En el ámbito espiritual, la lucha entre el bien y el mal se libra en el corazón de cada persona. Jacob, solo junto al río Jacob, se enfrenta a una figura misteriosa —un ángel, quizás Dios mismo— en una lucha que trasciende lo físico. Este encuentro refleja los momentos en que nos enfrentamos a nosotros mismos: nuestras dudas, tentaciones y aspiraciones más profundas. ¿Quién no ha sentido esa lucha interna entre hacer lo correcto y ceder a lo fácil? El bien nos llama a la virtud, a la honestidad, a la generosidad; el mal nos seduce con el egoísmo o la indiferencia. En mi propia vida, he sentido este conflicto al decidir entre hablar con la verdad, aun a riesgo de incomodar, o guardar silencio para evitar problemas. La lucha espiritual no siempre termina en victoria clara, pero, como Jacob, cada esfuerzo nos transforma, nos da un nuevo nombre, una nueva identidad más alineada con nuestros valores.

A nivel comunitario, esta lucha se manifiesta en nuestras relaciones con los demás. Jacob no lucha solo por sí mismo; su encuentro ocurre en vísperas de reunirse con su hermano Esaú, a quien engañó años atrás. Su batalla personal tiene ecos en su comunidad, en su familia. En nuestras vidas, el bien y el mal se enfrentan en cómo tratamos a quienes nos rodean. En un vecindario, por ejemplo, el bien se ve en quienes organizan actividades para unir a la comunidad, mientras que el mal puede aparecer en la apatía o el conflicto innecesario. Desde lo personal, cada gesto cuenta: una palabra amable, un acto de perdón o una mano extendida pueden fortalecer los lazos comunitarios. Pero también es fácil caer en el chisme o la envidia, debilitando esos vínculos. Recuerdo una vez que elegí escuchar a un amigo en lugar de juzgarlo; ese pequeño acto de empatía no solo reparó una relación, sino que inspiró a otros a hacer lo mismo.

La historia de Jacob nos enseña que esta lucha no siempre termina con una victoria clara. Él salió herido, pero bendecido. Así es nuestra batalla: el bien puede ser costoso, dejar cicatrices, pero también nos transforma. Desde lo personal, la clave está en perseverar. En lo espiritual, buscar momentos de reflexión para alinear nuestras acciones con nuestros valores. En lo comunitario, construir puentes con pequeños actos de bondad. En lo societal, actuar con responsabilidad, aunque sea en pequeña escala. La lucha entre el bien y el mal no termina, pero cada elección hacia el bien nos acerca a ser mejores versiones de nosotros mismos y a construir un mundo más justo. ¿Cuál es tu Jacob? ¿Cómo eliges el bien hoy?





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Rosa Mística