El silencio con María ejemplo para nuestras vida de oración

El Silencio que promueve María en su vida consagrada a Dios Padre como forma de llegar al corazón de la Trinidad, a su Amor.

Para este tema me he inspirado en la predicación que escuché en la novena por la Virgen del Pilar el 11 de octubre, un viernes en el que el Ilmo. Sr. D. Joaquín Aguilar Balaguer, deán del Excmo. Cabildo Metropolitano, nos invitó a reflexionar sobre el pasaje: «María conservaba todas estas cosas en su corazón». Sus palabras resaltaban cómo el silencio y la meditación profunda de María son un ejemplo para nosotros en nuestra vida de oración. Al igual que María, estamos llamados a guardar en el corazón los misterios que no siempre entendemos a la primera, esperando pacientemente en el silencio para que Dios nos revele su voluntad. Este mensaje me inspiró a profundizar en el valor del silencio en la oración y su papel en el diálogo íntimo con Dios.


En la vida de fe, todos estos personajes bíblicos tienen en común una actitud de escucha y espera en el silencio, lo cual es fundamental para recibir la Palabra de Dios. El silencio no es la ausencia de acción, sino la disposición del corazón para captar la voluntad divina y actuar en consecuencia. Tanto en María, José, Zacarías y Simeón, el silencio es la antesala de grandes revelaciones, de decisiones importantes y de la intervención de Dios. Así, el silencio en la oración es el medio por el cual nos abrimos a la acción de Dios y nos preparamos para escuchar su Palabra.


 El silencio en la oración: un camino hacia la revelación de Dios

El silencio es uno de los lenguajes más profundos de la fe. Ante la grandeza de Dios, las palabras humanas a menudo quedan cortas. A lo largo de la Biblia, el silencio aparece como una actitud fundamental para la comunicación con el Creador. No es un vacío ni una ausencia de sentido; es el espacio necesario para escuchar y recibir la revelación de Dios. El silencio en la oración abre la puerta a un encuentro personal y profundo con el Señor, nos conduce al diálogo con su Hijo y nos acerca a la Palabra Eterna, como se manifiesta en la Sagrada Escritura.


El encuentro de María con el ángel: un silencio reverente

Cuando el ángel Gabriel se presentó ante la Virgen María para anunciarle que sería la madre de Jesús, su primera reacción fue el silencio. En el Evangelio de Lucas (1:26-38), se nos muestra cómo María, aunque sorprendida y turbada por el saludo del ángel, no interrumpe ni cuestiona apresuradamente. Escucha en silencio. Este silencio de María no es una señal de ignorancia o pasividad; es una disposición total para recibir el mensaje divino. Solo después de escuchar todo el mensaje, hace una única pregunta: "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?" (Lucas 1:34). Esta breve pregunta no interrumpe el proceso de escucha, sino que surge de la profundidad del diálogo con Dios. 


María representa aquí el alma orante, que ante la grandeza de la voluntad divina, guarda silencio para que la palabra de Dios pueda penetrar en lo más profundo de su corazón. La respuesta del ángel aclara su inquietud y, después de eso, María se entrega completamente a la voluntad de Dios: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lucas 1:38). El silencio de María es el terreno fértil donde la Palabra se encarna.


El silencio de San José: una fe sin palabras

San José es un modelo del silencio en la oración. En los Evangelios no se registra una sola palabra de él. Sin embargo, su vida está llena de una respuesta activa a los designios de Dios. Cuando descubre que María está encinta, no habla ni busca explicaciones verbales. Simplemente decide actuar de manera justa y piadosa. En ese momento, un ángel se le aparece en sueños y le revela la verdad: "José, hijo de David, no temas recibir a María tu esposa, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo" (Mateo 1:20). Sin una sola palabra, José acoge el mensaje y actúa conforme a la voluntad de Dios.


El silencio de San José es el reflejo de una fe madura y confiada. No necesita palabras para expresar su amor a Dios ni para comprender el misterio que le es revelado. Su vida es una oración silenciosa, una obediencia total que se manifiesta en acciones. José muestra que el silencio no es una falta de respuesta, sino una respuesta plena, una aceptación sin reservas de la voluntad divina.


Zacarías: el silencio como corrección y revelación

El sacerdote Zacarías también experimentó el silencio de una manera profunda. Cuando el ángel Gabriel le anunció el nacimiento de su hijo, Juan el Bautista, Zacarías dudó de las palabras del mensajero divino. "¿Cómo podré estar seguro de esto? Porque yo soy viejo, y mi mujer avanzada en años" (Lucas 1:18). Por su falta de fe en la promesa de Dios, quedó mudo hasta el nacimiento de su hijo (Lucas 1:20).


El silencio de Zacarías fue una corrección amorosa por parte de Dios. Este tiempo sin poder hablar le permitió reflexionar profundamente sobre el poder y la fidelidad de Dios. Solo recupera la palabra cuando escribe en una tabla: "Juan es su nombre" (Lucas 1:63), en obediencia a lo que Dios había revelado. Inmediatamente, su boca se abrió y comenzó a alabar a Dios (Lucas 1:64). El silencio de Zacarías fue un camino de conversión, donde la falta de fe inicial fue transformada en una profunda gratitud y alabanza. A veces, el silencio en la oración no es solo un espacio para escuchar a Dios, sino también un tiempo de purificación y corrección, donde nuestra fe es fortalecida.


El cántico de María: silencio y alabanza

Después de la Anunciación, María visitó a su prima Isabel. Cuando ambas se encuentran, Isabel proclama la grandeza de María, llamándola bendita entre las mujeres. Ante estas palabras, María responde con su famoso cántico, el "Magníficat" (Lucas 1:46-55), una alabanza profunda a Dios. Sin embargo, este cántico surge de un silencio interior. El "Magníficat" no es una simple reacción espontánea, sino la expresión de un corazón que ha meditado profundamente en los misterios de Dios.


El silencio de María antes de pronunciar su cántico nos enseña que la verdadera alabanza a Dios nace de un interior recogido y en calma. La oración auténtica, la que alaba y agradece, brota de una vida que ha sido nutrida en el silencio. María no canta para ser escuchada por los hombres, sino porque su alma ha sido llenada por Dios. Su cántico es una continuación de ese silencio reverente y orante que ha mantenido desde el momento de la Anunciación.


El cántico de Simeón: el silencio ante la revelación

En la presentación de Jesús en el Templo, Simeón, un hombre justo y piadoso, recibe la revelación de que no moriría sin ver al Mesías. Cuando finalmente sostiene al niño Jesús en sus brazos, pronuncia un cántico de alabanza conocido como el "Nunc dimittis" (Lucas 2:29-32): "Ahora, Señor, puedes dejar que tu siervo se vaya en paz, según tu palabra". Simeón había vivido toda su vida en espera, en una oración silenciosa de esperanza y confianza en Dios. Este cántico, como el de María, nace de un corazón que ha esperado en silencio, que ha estado en sintonía con los tiempos de Dios.


El "Nunc dimittis" es una expresión de alegría y cumplimiento. Simeón ha escuchado la promesa de Dios en el silencio de la oración y, ahora que se ha cumplido, su alma descansa en paz. La vida de oración de Simeón nos muestra que el silencio no es solo el preludio a la palabra, sino también la actitud de espera paciente que nos permite ver la acción de Dios en su tiempo perfecto.


El silencio como vía de diálogo y revelación

En estos episodios bíblicos, vemos cómo el silencio tiene un papel central en la vida espiritual. No es simplemente la ausencia de ruido, sino una disposición interior para escuchar la voz de Dios. En la Biblia, Dios se revela a menudo en el silencio. El profeta Elías experimentó esto cuando, en el Monte Horeb, Dios no se manifestó en el viento, el terremoto o el fuego, sino en "el susurro de una brisa suave" (1 Reyes 19:12).

El silencio nos coloca en una posición de humildad ante Dios, reconociendo que necesitamos escuchar su Palabra para comprender su voluntad. San Juan de la Cruz, un gran místico, escribió: "El lenguaje de Dios es el silencio". En el silencio de la oración, no tratamos de imponer nuestras palabras o pensamientos a Dios, sino que dejamos que Él hable y transforme nuestra vida.

La Biblia misma es la Palabra de Dios, y leerla con atención nos invita a un diálogo profundo. Pero este diálogo solo puede ocurrir cuando estamos dispuestos a escuchar en silencio. No podemos comprender la revelación de Dios si no nos detenemos a escuchar lo que Él nos quiere decir. Es en este encuentro silencioso donde se nos revelan los misterios del amor divino.

El silencio en la oración es un camino hacia el diálogo íntimo con Dios. Nos abre a la escucha de su Palabra, como lo vemos en la Virgen María, San José, Zacarías, y Simeón. En estos ejemplos, el silencio es una forma de entrega, una respuesta fiel a la revelación divina. En el silencio, nuestras dudas y temores son transformados en fe y alabanza. Así como el "Magníficat" y el "Nunc dimittis" son frutos del recogimiento y la oración silenciosa, nuestras vidas pueden convertirse en un cántico de alabanza a Dios cuando aprendemos a escuchar su voz en el silencio.

El silencio no es una renuncia a la comunicación, sino una apertura a la verdadera comunión con Dios. A través del silencio, nos conectamos con la Palabra Eterna, Jesucristo, quien es el Verbo hecho carne, y nos unimos a su misión de redención y salvación. La oración silenciosa.


E.J. Asso, editor



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Rosa Mística