¿El Dios Único? Una Aclaración Teológica sobre el Cristianismo, el Judaísmo y el Islam
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Introducción
Queridos lectores, en un editorial reciente aborde el tema de la teología de la sustitución, es decir, cómo la Iglesia Católica, como nuevo Israel, reemplaza al antiguo Israel ligado a la Antigua Alianza. Entre los comentarios recibidos, surgió una solicitud de aclaración sobre un concepto fundamental: si podemos considerar al Dios del cristianismo, del judaísmo y del islam como un solo y mismo Dios. La respuesta a esta interrogante es negativa, y se basa en argumentos teológicos profundos que recalcan la naturaleza sustancial de la Revelación cristiana. En este ensayo, exploraremos estos argumentos con detalle, destacando por qué el elemento trinitario marca una diferencia irreductible, y concluiremos con las implicaciones para la coexistencia interreligiosa.
El Elemento Trinitario como Sustancia Divina
El argumento central radica en la doctrina de la Santísima Trinidad, que constituye uno de los dos misterios centrales de la fe cristiana. Sabemos por la Revelación que Dios es una sola sustancia, pero dividida en tres Personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Esta verdad no es accidental ni adicional, sino sustancial. Es decir, Dios no es trinitario de manera contingente, como si se tratara de un atributo secundario que pudiera omitirse sin alterar su esencia. Al contrario, la Trinidad define la naturaleza misma de Dios.
Para ilustrar este punto, consideremos una analogía sencilla pero esclarecedora: si Mario Rossi cambia su vestido azul por uno marrón, la forma externa varía —el aspecto, la expresión—, pero la sustancia permanece intacta; sigue siendo Mario Rossi. Sin embargo, si afectamos la sustancia misma de Mario Rossi, ya no tendríamos a la misma persona. De igual modo, eliminar el elemento trinitario de la naturaleza divina implica una alteración radical: no se trata de un mero cambio superficial, sino de una transformación que resulta en un Dios diferente. Este argumento se sustenta en la Revelación explícita dada por nuestro Señor Jesucristo, aunque ya estaba contenida implícitamente en el Antiguo Testamento. Por ende, cualquier concepción de Dios que prescinda de la Trinidad no puede identificarse con el Dios cristiano.
El Dios del Judaísmo Post-Cristo: Una Divergencia Sustancial
Aplicando este razonamiento al judaísmo, debemos precisar que nos referimos al judaísmo tal como se constituyó después del rechazo de Jesucristo como el Mesías esperado. El argumento clave aquí es que, al negar la Revelación trinitaria introducida por Cristo, el judaísmo post-sanedrín —es decir, posterior al rechazo del Mesías— adora a un Dios que carece de este elemento sustancial. No se trata de una mera diferencia interpretativa, sino de una negación que altera la comprensión de la divinidad. El Dios del Antiguo Testamento, aunque unitario en su manifestación, prefiguraba la Trinidad; pero el judaísmo rabínico, al rechazar a Cristo, se aleja de esta plenitud revelada.
Este argumento se refuerza al considerar que la Antigua Alianza, aunque válida en su tiempo, encuentra su cumplimiento en la Nueva Alianza cristiana. Por lo tanto, el Dios adorado en el judaísmo contemporáneo no es el mismo que el Dios trinitario del cristianismo, ya que omite la sustancia revelada en el Nuevo Testamento.
El Dios del Islam: Una Negación Explícita de la Trinidad
De manera similar, el islam presenta una divergencia irreconciliable. El Corán niega explícitamente la doctrina trinitaria, presentándola como una distorsión del verdadero concepto de Dios. Este rechazo no es periférico, sino central: el islam enfatiza la unicidad absoluta de Dios (tawhid) sin divisiones personales, lo que choca directamente con la sustancia trinitaria cristiana. El argumento aquí es que, al calificar la Trinidad como una alteración politeísta o una corrupción de la Revelación original, el islam propone un Dios que, aunque monoteísta, carece de la esencia relacional y personal revelada en Cristo.
Por consiguiente, no podemos afirmar que cristianos, judíos y musulmanes adoren al mismo Dios. Si buscamos precisión terminológica, debemos distinguir: todos creen en un solo Dios, es decir, en la unicidad divina (monoteísmo). Pero no creen en el único Dios, ya que las concepciones difieren en lo sustancial. Este matiz teológico es crucial: la unicidad es un punto común superficial, pero la sustancia trinitaria marca la división profunda.
Implicaciones: Divisiones Profundas y Coexistencia Pacífica
Al profundizar en estos argumentos, emerge una conclusión ineludible: ya no es válido afirmar que lo que une a estas religiones supera a lo que las divide. Si abordamos el estudio con aproximación superficial, podrían parecer más las similitudes —como el monoteísmo o la herencia abrahámica—. Sin embargo, un análisis teológico y filosófico riguroso revela que las divisiones son mayores. El elemento trinitario no solo diferencia, sino que define la identidad cristiana.
Esto no implica promover un conflicto, sino abogar por una coexistencia pacífica basada en la conciencia de la propia identidad. El católico debe mantener su fe como la única verdadera, adorando al Dios trinitario como el único Dios verdadero. En un mundo plural, esta claridad fortalece el diálogo sin diluir la esencia.
Conclusión
Los argumentos expuestos —la sustancia trinitaria, la divergencia post-Cristo en el judaísmo y la negación coránica en el islam— demuestran que el Dios del cristianismo no es el mismo que el de estas otras religiones. Creemos en un solo Dios, pero no en el mismo Dios. Esta aclaración, aunque precisa y necesaria, invita a una reflexión profunda sobre nuestra fe. Queridos lectores, recordemos que Dios es verdad, bondad y belleza. Hasta un próximo encuentro.