LA IGLESIA CATÓLICA Y SU GOBIERNO.

 San Ireneo de Lyon, en su obra "Adversus Haereses" (Contra las Herejías), es una de las figuras clave en la defensa del cristianismo primitivo contra las desviaciones doctrinales que amenazaban la fe ortodoxa. Dentro de este tratado, San Ireneo subraya la importancia del papado y de la sucesión apostólica como garantes de la autenticidad de la doctrina cristiana. Para Ireneo, la Iglesia de Roma ocupa un lugar preeminente en la defensa de la fe, ya que es en esta Iglesia donde convergen las enseñanzas de los apóstoles Pedro y Pablo, quienes, según la tradición, fundaron y organizaron la comunidad cristiana en la capital del Imperio Romano.

San Ireneo argumenta que la continuidad de la fe verdadera se preserva a través de la sucesión apostólica, una cadena ininterrumpida de obispos que se remonta a los apóstoles mismos. Para él, esta sucesión es un signo de autenticidad doctrinal, y en este sentido, el papado, como cabeza de la Iglesia romana, posee una autoridad particular. Ireneo sostiene que la tradición apostólica, mantenida por los obispos de Roma, es la norma segura contra las herejías, ya que estos obispos son los herederos directos de la enseñanza apostólica.

Además, Ireneo destaca la necesidad de que los cristianos se mantengan unidos a la enseñanza de la Iglesia romana para evitar ser arrastrados por las herejías. Considera que Roma es la referencia última para la fe, y que la conformidad con su enseñanza es esencial para mantener la integridad del mensaje cristiano. De esta manera, en la visión de San Ireneo, el papado no solo es un símbolo de unidad, sino también un baluarte contra las distorsiones doctrinales, sirviendo como guía segura para la Iglesia universal en su camino hacia la verdad revelada por Cristo.

TEXTO ORIGINAL 

1.3. Los sucesores de los Apóstoles

[848] 3,1. Para todos aquellos que quieran ver la verdad, la Tradición de los Apóstoles ha sido manifestada al universo mundo en toda la Iglesia, y podemos enumerar a aquellos que en la Iglesia han sido constituidos obispos y sucesores de los Apóstoles hasta nosotros, los cuales ni enseñaron ni conocieron las cosas que aquéllos deliran. Pues, si los Apóstoles hubiesen conocido desde arriba «misterios recónditos», en oculto se los hubiesen enseñado a los perfectos, sobre todo los habrían confiado a aquellos a quienes encargaban las Iglesias mismas. Porque querían que aquellos a quienes dejaban como sucesores fuesen en todo «perfectos e irreprochables» (1 Tim 3,2; Tt 1,6-7), para encomendarles el magisterio en lugar suyo: si obraban correctamente se seguiría grande utilidad, pero, si hubiesen caído, la mayor calamidad.

1.3.1. Sucesión de los obispos de Roma

3,2. Pero como sería demasiado largo enumerar las sucesiones de todas las Iglesias en este volumen, indicaremos sobre todo las de las más antiguas y de todos conocidas, la de la Iglesia fundada y constituida en Roma por los dos gloriosísimos Apóstoles Pedro y Pablo, la que desde los Apóstoles conserva la Tradición y «la fe anunciada» (Rom 1,8) a los hombres por los sucesores de los Apóstoles que llegan hasta nosotros. [849] Así confundimos a todos aquellos que de un modo o de otro, o por agradarse a sí mismos o por vanagloria o por ceguera o por una falsa opinión, acumulan falsos conocimientos. Es necesario que cualquier Iglesia esté en armonía con esta Iglesia, cuya fundación es la más garantizada -me refiero a todos los fieles de cualquier lugar-, porque en ella todos los que se encuentran en todas partes han conservado la Tradición apostólica (227).

3,3. Luego de haber fundado y edificado la Iglesia los beatos Apóstoles, entregaron el servicio del episcopado a Lino: a este Lino lo recuerda Pablo en sus cartas a Timoteo (2 Tim 4,21). Anacleto lo sucedió. Después de él, en tercer lugar desde los Apóstoles, Clemente heredó el episcopado, el cual vio a los beatos Apóstoles y con ellos confirió, y tuvo ante los ojos la predicación y Tradición de los Apóstoles que todavía resonaba; y no él solo, porque aún vivían entonces muchos [850] que de los Apóstoles habían recibido la doctrina. En tiempo de este mismo Clemente suscitándose una disensión no pequeña entre los hermanos que estaban en Corinto, la Iglesia de Roma escribió la carta más autorizada a los Corintos, para congregarlos en la paz y reparar su fe, y para anunciarles la Tradición que poco tiempo antes había recibido de los Apóstoles, anunciándoles a un solo Dios Soberano universal, Creador del Cielo y de la tierra (Gén 1,1), Plasmador del hombre (Gén 2, 7), que hizo venir el diluvio (228) (Gén 6,17), y llamó a Abraham (Gén 12,1), que sacó al pueblo de la tierra de Egipto (Ex 3,10), que habló con Moisés (Ex 3,4s), que dispuso la Ley (Ex 20,1s), que envió a los profetas (Is 6,8; Jer 1,7; Ez 2,3), que preparó el fuego para el diablo y sus ángeles (Mt 25,41). La Iglesia anuncia a éste como el Padre de nuestro Señor Jesucristo, a partir de la Escritura misma, para que, quienes quieran, puedan aprender y entender la Tradición apostólica de la Iglesia, ya que esta carta es más antigua que quienes ahora enseñan falsamente y mienten sobre el Demiurgo y Hacedor de todas las cosas que existen.

[851] A Clemente sucedió Evaristo, a Evaristo Alejandro, y luego, sexto a partir de los Apóstoles, fue constituido Sixto. En seguida Telésforo, el cual también sufrió gloriosamente el martirio; siguió Higinio, después Pío, después Aniceto. Habiendo Sotero sucedido a Aniceto, en este momento Eleuterio tiene el duodécimo lugar desde los Apóstoles. Por este orden y sucesión ha llegado hasta nosotros la Tradición que inició de los Apóstoles. Y esto muestra plenamente que la única y misma fe vivificadora que viene de los Apóstoles ha sido conservada y transmitida en la Iglesia hasta hoy.





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Rosa Mística