Virgen de Guadalupe

Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo". ¿Y qué puede ser más sublime que este gozo, oh Virgen Madre? ¿O qué cosa puede ser más excelente que esta gracia, que, viniendo de Dios, solo tú has obtenido? ¿Acaso se puede imaginar una gracia más agradable o más espléndida? Todas las demás no se pueden comparar a las maravillas que se realizan en ti; todas las demás son inferiores a tu gracia; todas, incluso las más excelsas, son secundarias y gozan de una claridad muy inferior. "El Señor está contigo". ¿Y quién es el que puede competir contigo? Dios proviene de ti; ¿quién no te cederá el paso, quién habrá que no te conceda con gozo la primacía y la precedencia? Por todo ello, contemplando tus excelsas prerrogativas, que destacan sobre las de todas las criaturas, te aclamo con el máximo entusiasmo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo". Pues tú eres la fuente del gozo no solo para los hombres, sino también para los ángeles del cielo. Verdaderamente, "bendita tú entre las mujeres", pues has cambiado la maldición de Eva en bendición; pues has hecho que Adán, que yacía postrado por una maldición, fuera bendecido por medio de ti. Verdaderamente, "bendita tú entre las mujeres", pues por medio de ti la bendición del Padre ha brillado para los hombres y los ha liberado de la antigua maldición. Verdaderamente, "bendita tú entre las mujeres", pues por medio de ti encuentran la salvación tus progenitores, pues tú has engendrado al Salvador que les concederá la salvación eterna. Verdaderamente, "bendita tú entre las mujeres", pues sin concurso de varón has dado a luz aquel fruto que es bendición para todo el mundo, al que ha redimido de la maldición que no producía sino espinas. Verdaderamente, "bendita tú entre las mujeres", pues a pesar de ser una mujer, criatura de Dios como todas las demás, has llegado a ser, de verdad, Madre de Dios. Pues lo que nacerá de ti es, con toda verdad, el Dios hecho hombre, y, por lo tanto, con toda justicia y con toda razón, te llamas Madre de Dios, pues de verdad das a luz a Dios. Tú tienes en tu seno al mismo Dios, hecho hombre en tus entrañas, quien, como un esposo, saldrá de ti para conceder a todos los hombres el gozo y la luz divina. Dios ha puesto en ti, oh Virgen, su tienda como en un cielo puro y resplandeciente. Saldrá de ti como "el esposo de su alcoba" e, imitando el recorrido del sol, recorrerá en su vida el camino de la futura salvación para todos los vivientes, y, extendiéndose de un extremo a otro del cielo, llenará con calor divino y vivificante todas las cosas.

De los sermones de san Sofronio, obispo.
(Sermón 2, en la Anunciación de la Santísima Virgen, 21-22. 26: PG 87, 3, 3242. 3250)



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Rosa Mística