Vale la pena morir? Vale la pena vivir?

 Os presentamos un artículo sencillo, sin pretensiones pero que nos ayuda a reflexionar sobre la vida dentro de la Iglesia y la vida por ser cristiano que en oscasiones  nos trae el martirio, bien ordinario o de sangre.

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¡Vale la pena morir!

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10 DE NOVIEMBRE DE 2022

Era la madrugada del 6 de agosto de 2014 cuando la familia Banam tuvo que ponerse en marcha para intentar salvar la vida. Había ocho almas de las que ocuparse y los padres no tenían coche ni nada parecido. 

Los hijos mayores los confiaron a sus vecinos y ellos se quedaron con la pequeña Lupita, que tenía un año recién cumplido. Su amigo Ayid les ofreció un asiento en el coche (para los tres).

Atrás quedaron los recuerdos de toda una vida: los juguetes, los libros del colegio, la casa y el escaso patrimonio que poseían. Por delante un futuro sin futuro. 

Estuvieron huyendo más de 12 horas por una carretera que parecía un infierno: montones de personas enloquecidas intentando huir, coches abandonados, accidentados… La gente había perdido el control, incluso sobre su propio cuerpo. Muchos caminaban con la casa a cuestas. El miedo campaba a sus anchas.

Por encima de sus cabezas silbaban los misiles. El enemigo había llegado a sus hogares y empezaba a disparar a quienes, desarmados, solo querían salvar la vida. La noche reinaba sobre el caos. 

Sobrevivir a ese día era garantía de vivir una muerte en vida en los años venideros. Y así fue, al menos a ojos del mundo. 

Los supervivientes, algunos, se cobijaron primero en un centro comercial abandonado, otros tuvieron menos suerte: un poco de pladur convirtió el lugar en el hogar de más de cinco mil personas. Un hogar sin intimidad ni higiene, con casas de diez metros cuadrados. Tocaba aproximadamente una rata por persona. 

Abandonaron el lugar cuando los niños, por falta de salubridad, empezaron a enfermar. Eso era un mercadillo de infecciones. 

Miles de razones para pensar que fue un error renunciar a todo por ser fieles a Cristo

De allí se fueron a la intemperie, donde procuraban resguardarse durante el día del sol que los cocinaba a 50 grados. Luego vinieron las tiendas de campaña y, ya para acabar, los contenedores de mercancías, donde siguen hoy. Y donde nosotros les conocimos. 

Siete años sin trabajo, siete años con hijos desaparecidos, siete años viviendo entre ratas, siete eternidades recordando la pesadilla de haber visto morir a un hijo. Miles de razones para estar tristes y desesperados. Miles de razones para pensar que fue un error renunciar a todo por ser fieles a Cristo. 

Miles de razones que no han dejado que se instalen en su corazón. Al contrario, todo lo han perdonado. La paz y la alegría que derrochan son el testigo más fiel de que ese perdón es de verdad. 

Cuando tuvimos el privilegio de conocerles concluyeron su historia diciendo: «Nunca nos hemos sentido abandonados por Dios«. Nosotros, hombres de poquísima fe, decíamos para nuestros adentros: «Pero si precisamente por Él os han perseguido». 

Estamos hablando de los cristianos de Irak, pero podría ser también la historia de los cristianos de Siria, China, Nigeria… Aunque no hace falta volar tan lejos. En nuestras calles hace menos de 90 años ocurrió algo incluso peor. Aquí fueron más de diez mil los que alcanzaron la palma del martirio.

Para muestra un botón.

También perdonaron. También cantaban mientras iban a la muerte. También les persiguieron por su fe. Y también se desbordaba el Señor en cada recoveco de su corazón, y eso se nota cuando uno lee sus testimonios o las cartas que escribieron a sus padres, novias o amigos despidiéndose de ellos.

Esta es la historia de la Iglesia. Esta es la vida a la que está llamado el cristiano

Que no se borre de nuestra memoria su testimonio. Que no se nos olvide que estamos llamados a seguir su ejemplo, aunque quisiéramos una vida más cómoda. Ya escriben los evangelistas la terrible profecía sobre nuestro destino antes del juicio particular: «Os echarán mano, y os perseguirán, y os entregarán a las sinagogas y a las cárceles, y seréis llevados ante reyes y ante gobernadores por causa de mi nombre».

Esta es la historia de la Iglesia. Esta es la vida a la que está llamado el cristiano, pero como escuchábamos en el Evangelio del domingo pasado: «Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la firme esperanza de que Dios nos resucitará».





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Rosa Mística