EL FUEGO DEL ESPÍRITU SANTO ILUMINA CADA CONFLICTO PARA SANEARLO A LA RAÍZ CON EL PODER DE LA RESURRECCIÓN




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En el corazón de la Iglesia quema el fuego del amor que Jesús ha "echado" sobre la tierra porque también sobre de ella se pueda cumplir la voluntad del Cielo: "En cada apóstol hay una pasión que tiene que crecer en la fe y que tiene que transformarse en caridad que encienda como fuego también el otro" (Benedicto XVI). La misma "angustia" sufrida por Jesús hasta el "cumplimiento" del bautismo que lo habría hundido en los avernos a liberar a Adán y cada hombre, empuja desde dos mil años a los apóstoles sobre el "carro de fuego" a anunciar el Evangelio hasta a los confines de la tierra.  Cuando pero una interpretación sentimental y orgullosa induce a conformarlo con las culturas y las modas, se apaga la profecía, se "desacredita el cristianismo" y se engaña el mundo, sólo ofreciéndole una triste edición reexaminada de lo que ya es su y no ha podido salvarlo: "Vuestros rostros no son rostros de salvados, por eso yo no creeré nunca en vuestro Dios" (J. P. Sartre). Son los rostros de un padre, un educador, un cura, una novia, un amigo cuando aceptan un compromiso, y lo intercambian por amor. En cambio traicionan el amor entregando el otro a la mentira y al pecado, porque dudan del Evangelio, han parado de creer que Cristo ha resucitado, si nunca lo hayan creído.  Al contrario, el "fuego" encendido por Jesús sobre la Cruz, reduce en ceniza las uniones morbosas que se esconden en los deseos de la carne y nos hace libres de osar, por amor, la fidelidad a la Verdad hasta a vernos también rechazados de quién nos ha dado la vida. Como Edith Stein, que, incluso sufriendo la "división" en su carne, no ha titubeado a abandonar a religión y madre para seguir al Esposo. Y será justo en la cámara de gas de su martirio de judía y cristiana, que todo se iluminará y ejecutará: unida a Cristo en el amor que la consumió, ha ofrecido a si misma para salvar también lo que "tuvo que" abandonar.  También por nosotros hay momentos en cuyo más exigente se hace sentir la llamada de Dios, y no nos parece verdadero que nos separes de las personas más queridas. Creemos que la "división" inevitable que experimenta un discípulo para seguir a Cristo sea discomunion, que rodeamos de reagrupar cerrando un ojo sobre la verdad para no sufrir. Pero el amor auténtico que circuncida el corazón y desea el bien del otro nunca es sin dolor. Dios lo sabe, y por eso nos atrae hoy en su "fuego" que nos purifica, para descender libres con Él en el "bautismo" que nos sumerge en el dolor del próximo porque encuentre en nosotros su amor.

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Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,49-53):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.»

P. Antonella Lapicca



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Rosa Mística