Domingo Divina Misericordia

Comentario P. Antonello Lapicca

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EN LA IGLESIA PARA TOCAR LAS LLAGAS GLORIOSAS DE CRISTO

El Espíritu Santo conduce Tomas y cada uno de nosotros a reconocer nuestro Dios y nuestro Dios, en nuestras mismas llagas, en las heridas de nuestra vida. La Cruz gloriosa, la vida más allá de la muerte. Este es el sentido más profundo del Evangelio de este domingo, de la misma figura de Tomas, un gemelo en cuyo corazón repica siempre el eco de la presencia de su propio hermano. Gemelo de Cristo como cada uno de nosotros. Por eso sus heridas son las nuestras, y la fe no se para a un acontecimiento registrado por los sentidos, si no que va más allá, a la presencia misteriosa y sin embargo concreta y real, de su victoria, de su vida dentro de nuestra vida. 

En la Iglesia, en la comunidad aparece entonces la fe: en ella se pueden tocar las heridas de Cristo, las propias herídas, y verlas transfigurádas, gloriosas de la gloria resucitada. Tocar el dolor salvado, las llagas gloriosas de nuestra historia porque, en vez de engendrar los pecados conque llenar el vacío y aliviar el dolor, ellas se vuelvan en el manantial de una vida nueva, donada a Cristo y a los hermanos. En la Iglesia se aprende la fe adulta, que quiere, que espera, que vive en la verdad, que obedece, que no resiste al mal, que se abre a la vida, que vive las relaciones en la castidad y en el respeto, libre de los ídolos de este mundo. "Mi Señor y mi Dios", es la fe que ve el amor de Dios en cada llaga, y puede abandonarse a ello con confianza, junto con los hermanos, gemelos de Cristo. Creyente, o bien en camino en la noche oscura de los santos, sin consuelos, con la sola certeza sellada instante después de instante, la de la fe, de un amor que nunca nos deja, nunca.

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Rosa Mística